Taur Salósnin: El Bosque de las Aguas Turbulentas
- John Carrillo Diaz

- 16 oct
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 oct

En la parte alta del Valle de Jeguá, entre las serranías de Atanasáirenes y Jeguá, se extiende uno de los bosques más antiguos y vivos del Principado de Úvendor: Taur Salósnin, conocido por los viajeros como “el Bosque de las Aguas Turbulentas”. A diferencia de Taur Lilótea, donde la belleza se entreteje con lo siniestro y el silencio, en Salósnin la naturaleza respira con ímpetu. Sin embargo, su aparente vitalidad esconde misterios, criaturas y fuerzas tenebrosas que lo convierten en un territorio tan fascinante como altamente peligroso.
El río Jegú que nace en las montañas del sur, atraviesa el bosque en dirección noreste, alimentado por centenares de riachuelos cristalinos que descienden en forma de torrentes desde las laderas de las serranías.
Los árboles de Taur Salósnin son monumentos vivientes: ceibas blancas, coloradas y amarillas, campanos, guayacanes, ébanos y frutales como el zapote, níspero, mamey, mamón y guama inundan el bosque, cubriendo el cielo con un dosel de hojas y flores. La humedad del aire es densa, casi líquida. La bruma, que se levanta al amanecer, deja destellos dorados sobre el agua y sobre los troncos, como si la luz misma fluyera por las corrientes.
Pese a su belleza, ningún viajero se adentra sin precaución. En sus márgenes conviven seres humanos y criaturas que pertenecen a antiguas leyendas.
En la ribera izquierda del río Jegú habitan los Chimpynes, conocidos como los Niños de los Arroyos. Son seres pequeños, del tamaño de un niño humano de ocho años, pero con pies invertidos, talones hacia adelante, lo que les da una manera de desplazarse tan perturbadora como hipnótica. Su piel parece hecha de barro y su rostro carece de expresión.
Durante las lluvias, los Chimpynes emergen en grupos, brincando entre los charcos y los pozos de agua viva, jugando o invocando presencias antiguas que pocos han logrado comprender. En la lengua perdida de su especie, Chympyn significa el que tiene carne, o el encarnado.
Son los guardianes inconscientes de los ríos, pero también los causantes de muchas desapariciones entre los caminantes que se aventuran a cruzar el bosque durante las tormentas.
En la margen derecha del río viven las tribus humanas de Salósnin, descendientes de los nativos de Abyala, los primeros en poblar Entrerríos mucho antes de la llegada de los colonizadores del mar.
Se dividen en seis clanes: Jaguar, Perico Ligero, Gavilán, Guartinaja, Morrocoy y Pez Gato, cada uno con un rol específico dentro de su sociedad y una relación sagrada con el agua y el bosque.
Protegidos por el dios Juiasie, los habitantes de Salósnin poseen la extraordinaria habilidad de sumergirse durante largos periodos sin perder el aliento y de nadar con agilidad entre las corrientes más violentas del río. Son cazadores natos, expertos en moverse entre los árboles con ligereza felina. Portan arcos, lanzas, cuerdas y redes, herramientas que dominan con precisión y elegancia.

De cuerpos fuertes y torsos anchos, miden entre 1.65 y 1.75 metros, con piel tostada por el sol, cabellos oscuros o castaños y miradas profundas que reflejan la sabiduría de generaciones. Sus vestimentas, tejidas con fibras naturales, están adornadas con semillas, plumas y huesos pequeños, y sus viviendas se elevan sobre plataformas de madera, construidas en las ramas más gruesas de los árboles gigantes, para protegerse de las criaturas del suelo, en especial de los Chimpynes, quienes no pueden subir árboles.
Más allá de las aldeas arbóreas y del río, en la zona norte del bosque, en medio de un bosquecillo rodeado por un cerco de montañas, se oculta una de las Torres de la Hermandad del Ilmen.
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