Metimosto, la Última Fortaleza del Valle de Jeguá
- John Carrillo Diaz

- 3 nov
- 2 Min. de lectura

En el corazón del Valle de Jeguá se alza Metimosto, conocida por muchos como la Última Fortaleza. Es una ciudad nacida entre la piedra y el comercio, refugio de mineros, mercaderes y sabios de la palabra. Desde tiempos antiguos, sus habitantes han custodiado los secretos de la tierra y el eco de las montañas y ríos productores de oro.
Metimosto es el hogar de los descendientes de los hombres del Valle de Jeguá y de Malduindor, pueblos humanos del sur que sobrevivieron a la oscuridad del sur del continente. Son de estatura mediana, piel clara curtida por el sol, y cabellos oscuros o castaños. En ellos habita la memoria de los antiguos oradores, guerreros y excavadores. Su habilidad para los lenguajes, la diplomacia y la oratoria los distingue entre los pueblos del Principado de Úvendor.
Las manos de los habitantes de Metimosto conocen bien el trabajo con los metales preciosos. Son buenos excavadores y dominan el uso de minerales y metales extraídas del suelo y de los ríos. En el combate prefieren las espadas curvas, los látigos y las ballestas, armas que reflejan tanto precisión como elegancia.

Pero Metimosto no es solo una ciudad de trabajadores. Es también el corazón del mestizaje humano de Úvendor. A ella llegaron hace siglos los descendientes de los colonos del mar, quienes se unieron a las tribus nativas del valle y de las muchas otras que llegaban del Sur a través de las ciénagas. De esa unión nacieron los mestizos, hombres y mujeres más altos, de rasgos variados y temperamento fuerte. Ellos heredaron las virtudes de ambos linajes: la resistencia de los nativos y la curiosidad de los navegantes.
Arquitectónicamente, Metimosto está construida sobre grandes estancias sostenidas por columnas, con plazas abiertas donde resuenan las voces de los mercaderes y el golpeteo de los herreros. La ciudad crece en terrazas, adaptada a la pendiente del valle, y desde sus alturas se divisa el río Jegú, que atraviesa el territorio de oeste a este hasta desembocar en las ciénagas de Manawló.
Las ciénagas de Manawló son un lugar enigmático y temido. La niebla se extiende sobre sus aguas oscuras, y las criaturas que allí habitan, mitad humanas mitad fango, son motivo de relatos y advertencias. Pese a ello, los habitantes de Metimosto han aprendido a convivir con la cercanía de ese lugar siniestro, conscientes de que la luz y la oscuridad coexisten en todas las tierras de Úvendor.

Así, Metimosto se erige como símbolo de resistencia y diversidad, una ciudad que guarda en sus cimientos las huellas del mestizaje y en su gente el eco de los antiguos lenguajes. En sus calles se cruzan los mineros y los poetas, los guerreros y los mercaderes; y en sus murallas aún resuena el juramento de los primeros fundadores: mantener en pie la Última Fortaleza, contra los adoradores de la sangre.
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